miércoles, 7 de octubre de 2020

El hombre del IBM


Sería el año 84 o quizás el 85 y estaba en unos grandes almacenes por la tarde. Serían las 20:30 o las 21:00 horas y estaba cerrado, solo la sala de exposiciones de arte, por la que se entraba desde otro lado, estaba abierta.

Centro Hogar Sánchez era un referente en Granada en cuanto a localización y prestigio en una época de Galerías Preciados y sastrerías. Tenía una galería de arte donde mi padre solía exponer sus obras durante una o incluso dos veces al año.

Estaba "gamberreando" por las distintas plantas de las que constaba el edificio y donde los guardias jurados hacían la "vista gorda" porque me conocían de sobra tanto de estar por allí "danzando" en la zona de micro-informática como de mis escapadas durante el tiempo de apertura de la galería de arte. Y allí, paseando de arriba para abajo fue cuando lo vi. Era una habitación del tipo "pecera" en la que había un gran cristal en el que se podía ver dentro de esta una mesa con su silla de despacho y un ordenador, un flamante IBM de los de pantalla verde. Un hombre estaba mirando la pantalla fijamente y tecleaba de vez en cuando. Como amante de los pequeños cacharros digitales de la época y en particular del ZX Spectrum y del Laser 200, este segundo solo porque se veían muy pocos, no podía dejar de mirar ese ordenador de "gente mayor", de personas que sabían programar en lenguajes que no eran el popular BASIC, aunque, seguramente era en lo que estaría programando...

En poco tiempo tendría mi primer ordenador, un Hit-Bit de Sony, el HB-75P de la norma MSX, la norma que quería la compatibilidad entre sistemas hardware pero que, como se vería en poco tiempo, era muy difícil de mantener.

No sé si el ordenador era un IBM PC 5110 como yo lo recuerdo o fuese una edición posterior, pero aquello me dejó perplejo. Supongo que en una época donde películas como “Juegos de guerra” o “Tron” que nos ofrecían un mundo donde los “hackers” podían hacer casi cualquier cosa, el ver una máquina tan imponente a los ojos de un preadolescente era como un sueño hecho realidad. Con mis parcos conocimientos de BASIC todavía y que ponía en práctica en casa de algún amigo con Spectrum o algún Spectravideo SVI-318 sin embargo me sentía importante. Ningún niño de mi clase sabía programar y yo… bueno, yo más o menos, ponía un bucle FOR…NEXT o un IF y poco más, pero ya sabía que una variable guardaba valores numéricos o cadenas de texto con las que podía jugar.

Quizás, ese conocimiento era lo que hacía volar mi imaginación más de lo que, seguramente, podía hacer ese aparato, pero sin duda alguna fue una tarde para recordar durante tantos años.

Esa misma sensación la tendría años más tarde con varias experiencias y etapas, como cuando instalé por primera vez Xenix y Minix o cuando me metí de lleno a estudiar y “cacharrear” el sistema GNU/Linux en épocas donde en el primer caso era MS-DOS y en el segundo Windows los sistemas que usaba la gente común, la gente que usaba el ordenador para jugar o como usuario básico, pero no como un gurú o como una persona curiosa. Donde más tarde recompilaba el kernel para modificar comandos de listado de procesos o de ficheros con la intención de gastar bromas. Siempre, como no, llevado más por la curiosidad de aprender que de hacer algo productivo al final pero que reportaba una gran sensación de placer como cuando uno no puede dejar de ir un día al gimnasio o de salir a correr.

Ese ordenador con su fósforo verde y sus unidades de disco flexible de 5 ¼ apareció allí, en ese momento, seguramente para enseñarme que los sueños, en algunos casos se cumplen y que las sensaciones y recuerdos, a veces, cuando te vienen, te hacen esbozar una sonrisa picarona y nostálgica.

Señor del IBM, gracias por ese/este momento.



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